17/4/09

Matías

Parado con cuaderno en mano y apretadito en la combi que avanzaba por Javier Prado y a duras penas sosteniéndome, mandé un mensaje de texto a Matías para confirmarle que podía ir a mi casa a las 8:30 p.m.

Y llegó 15 minutos antes de lo acordado. Justo en un momento que devoraba un plato de arroz con pollo. No había almorzado – un hamburguesa, no es digno de llamarse almuerzo- como debía ser por lo apresurado que estuve con mi grupo por hacer un focus group después de clases – improvisado, sea de paso – y moría de hambre. Suena el timbre de mi casa y salgo a ver quién maldito es quien había interrumpido mi “almuerzo-cena”.

Era Matías. Renegué cuando lo escuché decir que saliera de mi casa tal como estaba. Nicagando, - ¡no jodas! – recuerdo haberle dicho. Estaba en media comilona y en fachas. Le hice esperar cerca de 20 minutos – en terminar de comer, asearme y vestirme – y salimos de mi casa.

El camino sería, de mi casa al Británico de Bolívar. Unas 12 cuadras por caminar. Durante la senda no paraba de hablar. De contarme lo mal que se sentía. De las casi dos semanas sin ver a su pareja porque ella se había enojado y no quería verlo. De no saber qué es lo que había entre ellos. De lo indiferente que se mostraba ella.

Me recordó lo que alguna vez sentí. Lo que mínimo alguna vez todos hemos sentido. La maldita incertidumbre de no saber nada de tu pareja y que te sofoca minuto tras minuto. Que ahorca y quita aire. La indiferencia que mata. Que desespera y te hace sobreactuar.

Para esto, él me buscó. Para que lo aconsejara. Para que le diga, de qué manera actuaría si fuera mi caso. Sé que no soy bueno dando consejos, pues experimentado no soy. Pero cada vez que se me ocurre meter mi cucharita cuando se trata de conflictos amorosos, siempre quien me escucha lo hace atentamente. Me da la razón, y si discrepa conmigo, lo hace tajantemente.

Llegamos al Británico y nos detuvimos a pocos pasos de la puerta principal. Ella saldría poco más de las nueve.

Ante la espera, sus ojos estaban rojos. Su rostro lleno de nerviosismo. Exactamente, cara de huevón. Fachada que ponemos los que malditamente se enamoran con el corazón y no con la razón. Quienes son emotivos. De sentimientos (como se dice).

Le metí un floro corto y solemne. Para la ocasión. Digno de un estudiante de comunicaciones. Atreviéndome a darle unos tips como si supiera de las reacciones de su pareja. Que todo estaba en la mente ¡Anda con fuerza! ¡Con fuerza!

Y ella salió con un grupo de a seis. Se despidió de todos y se nos acercó. Me la presentó. Se me ocurrió entablarle una pequeña conversa y hacerle sonreir. Nos reimos los tres brevemente. Era el momento de dejarlos. Sobraba. Me fui.

Dos horas más tarde me llegó un texto al celular: Gracias x todo… t debo una grande

Y es que, los amigos estamos para todo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

JAJAJA A TU MARIDO SEGUROOO

Anónimo dijo...

el cierre muy básico eh.

Mireyakat dijo...

Chino la haces como escritor de novelas... te ligó!!!

Mireyakat dijo...

Q divino el chino, los amios en las buenas, las chupetas y las malas!!!

Rogerziño dijo...

oh va bien!